Hay una frase inquietante que los meteorólogos de huracanes odian pero oyen a menudo: “Es sólo de categoría 1. Nada de qué preocuparse”.
O peor aún: "¿Tormenta tropical? Sólo algo de viento y lluvia”.
Recibe las noticias locales y los pronósticos del tiempo directo a tu email. >Inscríbete para recibir newsletters de Telemundo Chicago aquí.
Pero hay que ver al huracán Beryl, que azotó Texas con fuerza de “sólo” una tormenta de categoría 1 —mucho más débil en la intensidad del viento que cuando arrasó el Caribe unos días antes mientras tenía categoría 5—, y a pesar de ello dejó sin electricidad a 2,7 millones de usuarios. Ocho fallecimientos en Estados Unidos se le adjudican a Beryl.
Beryl no es el único ejemplo. Según las cifras, la tormenta tropical Fay de 2008 ni siquiera se registró en la escala de tormentas peligrosas antes de tocar tierra en Florida en cuatro ocasiones distintas. En este caso, no fue la fuerza de Fay, sino su velocidad —o la falta de ella— lo que resultó ser la clave. La lánguida tormenta se estacionó sobre el estado durante días, descargando hasta 25 pulgadas de lluvia en algunos lugares. Las inundaciones acabaron con cultivos y destruyeron viviendas. Las carreteras estaban tan inundadas que los caimanes nadaban junto a los socorristas mientras rescataban a personas varadas en sus casas.
Sigue nuestra cobertura de la temporada de huracanes aquí.
Temporada de huracanes
¿Qué hay en un número?
La escala Saffir-Simpson —que mide la fuerza de los vientos de un huracán en una escala de categoría 1 a categoría 5, siendo 5 la más fuerte— fue presentada al público en 1973, el año en que los precios de la gasolina subieron de 39 a 55 centavos por galón y Tony Orlando y Dawn tuvieron el éxito musical número 1 del año con “Tie a Yellow Ribbon Round the Ole Oak Tree”.
En otras palabras, los tiempos han cambiado, y también debería cambiar la forma en que la gente piensa acerca de qué tan peligrosa es una tormenta cuando se dirige hacia ellos.
O, para pensarlo en términos de salud: aunque es importante verificar la presión arterial, es sólo una de las muchas medidas que determinan qué tan bien está la forma física de una persona.
Al hacer un seguimiento de las tormentas “no hay que centrarse en la categoría”, aconseja Craig Fugate, exdirector de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias de Estados Unidos (FEMA por sus siglas en inglés), que también fue director de gestión de emergencias en Florida durante algunas de las peores tormentas del estado. “Realmente tenemos que hablar de los impactos del huracán, no de un número” que sólo se aplica a la fuerza del viento.
Los meteorólogos desarrollaron la escala Saffir-Simpson —y otras herramientas como los mapas de inundaciones y los conos de pronóstico de tormentas— para que fuesen una especie de taquigrafía con el fin de transmitir fácil y rápidamente la gravedad y el alcance de una tormenta, pero han asumido funciones sobredimensionadas, señaló Fugate.
“Nos estamos dando cuenta de que hay muchas cosas en la gestión de emergencias en las que realmente no pensamos a fondo cómo nos vamos a comunicar, y acabamos estancados con estas descripciones heredadas que son difíciles de quitar”, señala.
La circunferencia de una tormenta, la velocidad a la que se desplaza y la cantidad de lluvia que deja caer son factores importantes, al igual que el lugar donde golpea: su geografía, su población y la calidad de su infraestructura. Además, es importante recordar que pueden formarse tornados independientemente del tamaño de una tormenta.
No sólo se trata de fuerza
Una tormenta de categoría 5 que sea compacta y se desplace rápidamente podría causar muchos menos daños que una tormenta más débil y húmeda con una enorme circunferencia que se estanque sobre una zona poblada, señala Fugate.
Por ejemplo, el huracán Charley y el huracán Ida fueron ambos tormentas de categoría 4. Pero Charley, que azotó la costa suroccidental de Florida en el Golfo de México en 2004, era compacto y perdió fuerza rápidamente a medida que ingresaba tierra adentro. Ida, que tocó tierra en Luisiana en 2021, desató tornados mortales e inundaciones catastróficas en el noreste de Estados Unidos, ubicado muy lejos de allí. Tan sólo en Nueva York y Nueva Jersey murieron 60 personas. También resultó ser la segunda tormenta más costosa en la historia del país, sólo superada por el huracán Katrina.
“Charley era de categoría 4 y fue muy devastador donde tocó tierra, pero el huracán Ida era una tormenta mucho mayor y causó una devastación mucho más generalizada”, hizo notar Fugate.
Mantenga un enfoque local
Está bien estar atento al canal meteorológico The Weather Channel y ver las actualizaciones del Centro Nacional de Huracanes cuando se forma una tormenta y empieza a avanzar hacia tierra, pero cuanto más se acerca, es mejor buscar información meteorológica local, dice Fugate.
“Todo el mundo se fija en el Centro de Huracanes”, indicó. “Ellos son los responsables de informar sobre la intensidad y la trayectoria de la tormenta. No necesariamente van a disponer de todos los impactos locales”.
Un mejor lugar al cual acudir cuando se acerca una tormenta, dice Fugate, es la página de inicio del Servicio Meteorológico Nacional, donde uno puede escribir un código postal y ver lo que está sucediendo en su área.
“Su oficina (regional) del Servicio Meteorológico Nacional está tomando toda esa información y le está dando una localización para poder decirle qué tipo de viento puede anticipar, qué tipo de inundaciones puede esperar”, dice Fugate. “¿Está usted en una zona de marejada ciclónica? ¿Cuándo hay mareas altas?”.
No haga suposiciones
Confiar en los mapas de la FEMA sobre zonas inundables para determinar el impacto potencial de una tormenta es tan poco aconsejable como depender únicamente de la escala Saffir-Simpson, advierte Fugate.
“La gente piensa: ‘Bueno, es un mapa de inundaciones. Si no vivo en la zona, no me inundo’. ¡No! Es un mapa de tasas de seguros. El no estar en esa zona de riesgo especial no significa que uno no se inunde, sólo significa que el seguro es más barato”.
Además, no se deje engañar por el término “zona inundable de 100 años”. No significa, según muchos suponen, que la zona sólo se inunda cada 100 años, sino más bien que hay un 1% de riesgo de inundación, señala Fugate.
Por último, no se deje engañar por el cono de pronóstico.
El cono —que por algo se le llama el “cono de incertidumbre”— muestra hacia dónde podría dirigirse el centro de un huracán, pero no hasta dónde se extenderán los vientos con fuerza de tormenta.
La gente puede resultar herida, morir o sufrir graves pérdidas materiales fuera del cono, una lección que los residentes del noreste de Estados Unidos aprendieron durante Ida.
Un error es mirar el gráfico y pensar: “No estoy en el cono, estoy bien”, dice Fugate. ”¡No significa eso!”.